Antonio Pozo Indiano
El Vaticano ha
difundido este martes 18 de diciembre el mensaje del Papa Francisco con motivo
de la Jornada Mundial de la Paz que se celebrará el próximo 1 de enero de 2019
con el tema “La buena política al servicio de la paz”.
En el mensaje,
el Santo Padre afirmó que “la política es un vehículo fundamental para edificar
la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a
ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en
un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción”.
A
continuación, el texto completo del mensaje del Papa Francisco:
1. “Paz a esta
casa”
Jesús, al
enviar a sus discípulos en misión, les dijo: «Cuando entréis en una casa, decid
primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos
vuestra paz; si no, volverá a vosotros» (Lc 10,5-6).
Dar la paz
está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento
está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las
tragedias y la violencia de la historia humana.
La “casa”
mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada
continente, con sus características propias y con su historia; es sobre todo
cada persona, sin distinción ni discriminación. También es nuestra “casa
común”: el planeta en el que Dios nos ha colocado para vivir y al que estamos
llamados a cuidar con interés.
Por tanto,
este es también mi deseo al comienzo del nuevo año: “Paz a esta casa”.
2. El desafío
de una buena política
La paz es como
la esperanza de la que habla el poeta Charles Péguy; es como una flor frágil
que trata de florecer entre las piedras de la violencia. Sabemos bien que la
búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia. La
política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad
del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un
servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de
opresión, marginación e incluso de destrucción.
Dice Jesús:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos» (Mc 9,35). Como subrayaba el Papa san Pablo VI: «Tomar en serio la
política en sus diversos niveles ―local, regional, nacional y mundial― es
afirmar el deber de cada persona, de toda persona, de conocer cuál es el
contenido y el valor de la opción que se le presenta y según la cual se busca
realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad».
En efecto, la
función y la responsabilidad política constituyen un desafío permanente para
todos los que reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos
viven en él y de trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y
justo. La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la
libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una
forma eminente de la caridad.
3. Caridad y
virtudes humanas para una política al servicio de los derechos humanos y de la
paz
El Papa
Benedicto XVI recordaba que «todo cristiano está llamado a esta caridad, según
su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. […] El compromiso por
el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia
superior al compromiso meramente secular y político. […] La acción del hombre
sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye
a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la
historia de la familia humana».
Es un programa
con el que pueden estar de acuerdo todos los políticos, de cualquier
procedencia cultural o religiosa que deseen trabajar juntos por el bien de la
familia humana, practicando aquellas virtudes humanas que son la base de una
buena acción política: la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la
sinceridad, la honestidad, la fidelidad.
A este
respecto, merece la pena recordar las “bienaventuranzas del político”,
propuestas por el cardenal vietnamita François-Xavier Nguyễn Vãn Thuận,
fallecido en el año 2002, y que fue un fiel testigo del Evangelio:
Bienaventurado
el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su
papel.
Bienaventurado
el político cuya persona refleja credibilidad.
Bienaventurado
el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.
Bienaventurado
el político que permanece fielmente coherente.
Bienaventurado
el político que realiza la unidad.
Bienaventurado
el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical.
Bienaventurado
el político que sabe escuchar.
Bienaventurado
el político que no tiene miedo.
Cada
renovación de las funciones electivas, cada cita electoral, cada etapa de la
vida pública es una oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de
referencia que inspiran la justicia y el derecho. Estamos convencidos de que la
buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los derechos
humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se
cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y
gratitud.
4. Los vicios
de la política
En la
política, desgraciadamente, junto a las virtudes no faltan los vicios, debidos
tanto a la ineptitud personal como a distorsiones en el ambiente y en las
instituciones. Es evidente para todos que los vicios de la vida política restan
credibilidad a los sistemas en los que ella se ejercita, así como a la
autoridad, a las decisiones y a las acciones de las personas que se dedican a
ella.
Estos vicios,
que socavan el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza de la vida
pública y ponen en peligro la paz social: la corrupción —en sus múltiples
formas de apropiación indebida de bienes públicos o de aprovechamiento de las
personas—, la negación del derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias,
el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la fuerza o con
el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la tendencia a perpetuarse en
el poder, la xenofobia y el racismo, el rechazo al cuidado de la Tierra, la
explotación ilimitada de los recursos naturales por un beneficio inmediato, el
desprecio de los que se han visto obligados a ir al exilio.
5. La buena
política promueve la participación de los jóvenes y la confianza en el otro
Cuando el
ejercicio del poder político apunta únicamente a proteger los intereses de
ciertos individuos privilegiados, el futuro está en peligro y los jóvenes
pueden sentirse tentados por la desconfianza, porque se ven condenados a quedar
al margen de la sociedad, sin la posibilidad de participar en un proyecto para
el futuro.
En cambio,
cuando la política se traduce, concretamente, en un estímulo de los jóvenes
talentos y de las vocaciones que quieren realizarse, la paz se propaga en las
conciencias y sobre los rostros. Se llega a una confianza dinámica, que
significa “yo confío en ti y creo contigo” en la posibilidad de trabajar juntos
por el bien común.
La política
favorece la paz si se realiza, por lo tanto, reconociendo los carismas y las
capacidades de cada persona. «¿Hay acaso algo más bello que una mano tendida?
Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para
que mate (cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir.
Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento
de diálogo».
Cada uno puede
aportar su propia piedra para la construcción de la casa común. La auténtica
vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los
protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y
cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas
energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales.
Una confianza
de ese tipo nunca es fácil de realizar porque las relaciones humanas son
complejas. En particular, vivimos en estos tiempos en un clima de desconfianza
que echa sus raíces en el miedo al otro o al extraño, en la ansiedad de perder
beneficios personales y, lamentablemente, se manifiesta también a nivel
político, a través de actitudes de clausura o nacionalismos que ponen en
cuestión la fraternidad que tanto necesita nuestro mundo globalizado.
Hoy más que
nunca, nuestras sociedades necesitan “artesanos de la paz” que puedan ser
auténticos mensajeros y testigos de Dios Padre que quiere el bien y la
felicidad de la familia humana.
6. No a la
guerra ni a la estrategia del miedo
Cien años
después del fin de la Primera Guerra Mundial, y con el recuerdo de los jóvenes
caídos durante aquellos combates y las poblaciones civiles devastadas,
conocemos mejor que nunca la terrible enseñanza de las guerras fratricidas, es
decir que la paz jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el
miedo.
Mantener al
otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la
dignidad. Es la razón por la que reafirmamos que el incremento de la
intimidación, así como la proliferación incontrolada de las armas son
contrarios a la moral y a la búsqueda de una verdadera concordia. El terror
ejercido sobre las personas más vulnerables contribuye al exilio de poblaciones
enteras en busca de una tierra de paz.
No son
aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los migrantes
de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza. En cambio, cabe
subrayar que la paz se basa en el respeto de cada persona, independientemente
de su historia, en el respeto del derecho y del bien común, de la creación que
nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones
pasadas.
Asimismo,
nuestro pensamiento se dirige de modo particular a los niños que viven en las
zonas de conflicto, y a todos los que se esfuerzan para que sus vidas y sus
derechos sean protegidos. En el mundo, uno de cada seis niños sufre a causa de
la violencia de la guerra y de sus consecuencias, e incluso es reclutado para
convertirse en soldado o rehén de grupos armados. El testimonio de cuantos se
comprometen en la defensa de la dignidad y el respeto de los niños es sumamente
precioso para el futuro de la humanidad.
7. Un gran
proyecto de paz
Celebramos en
estos días los setenta años de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, que fue adoptada después del segundo conflicto mundial. Recordamos a
este respecto la observación del Papa san Juan XXIII: «Cuando en un hombre
surge la conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también la
de las propias obligaciones; de forma que aquel que posee determinados derechos
tiene, asimismo, como expresión de su dignidad, la obligación de exigirlos,
mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos».
La paz,
en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la
responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es
también un desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión
del corazón y del alma, y es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de
esta paz interior y comunitaria:
- la paz con
nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y ―como
aconsejaba san Francisco de Sales― teniendo “un poco de dulzura consigo mismo”,
para ofrecer “un poco de dulzura a los demás”;
- la paz con
el otro: el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre...;
atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que lleva consigo;
- la paz con
la creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la parte de
responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como habitantes del
mundo, ciudadanos y artífices del futuro.
La política de
la paz ―que conoce bien y se hace cargo de las fragilidades humanas― puede
recurrir siempre al espíritu del Magníficat que María, Madre de Cristo salvador
y Reina de la paz, canta en nombre de todos los hombres: «Su misericordia llega
a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes; […] acordándose de la misericordia como lo había
prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre»
(Lc 1,50-55).
Redacción ACI Prensa
18-12-2018
Crestomatía : Antonio Pozo Indiano