Antonio Pozo Indiano
Conocida como la “ paradoja francesa” , el país galo
tiene uno de los índices de obesidad más bajos y sus ciudadanos sufren cinco
veces menos ataques al corazón que en países vecinos , sin embargo , su dieta
es rica en grasas saturadas y vino.
El cine y la
literatura llevan años cargando de clichés los comportamientos de los
ciudadanos de todo el mundo en función de su origen. Que se lo digan a los
franceses, que si uno se deja llevar por los estereotipos, bien podría decirse
de ellos que están todo el día a la bartola de pic-nic con croissants au beurre y Borgoña, visitando galerías de
arte, agotando cigarrillos y luciendo camisetas marineras. Aunque es cierto que
estas imágenes mentales son un reflejo de una amalgama de conductas, en honor a
la verdad puede decir se que en relación a la dieta el país galo es muy
ortodoxo con sus tradiciones y, esa idea de que el queso, la
mantequilla, el vino y el pan son los protagonistas indiscutibles de la mesa,
se mantiene inalterable. En un momento en el que la apuesta por una
alimentación verde y la reducción de grasas saturadas de la dieta están en un
punto álgido, cuesta entender que en el país vecino sigan erre que
erre con la quiche lorraine, la fondue y les crêpes. O no.
A tenor de
lo que demuestran los estudios, pese que la reina madre de las dietas sigue
siendo la mediterránea, los franceses no deben estar siguiendo un plan del
todo nocivo, pues nuestros vecinos del norte apenas mueren a causa de
infartos. De hecho, su riesgo cardiovascular es entre 5 y 10 veces más bajo que
el de un inglés. Esta paradoja francesa, como se conoce en el ámbito médico a
la evidencia nutricional por la que, pese al elevado consumo de lácteos,
bollería y carne, estos ciudadanos sufren menos ataques al corazón que otros
europeos, se constató por primera vez en 1819. Lo estudió el irlandés Samuel
Black, amante de la cultura gala, que extrajo la conclusión de que más allá de
los alimentos, es el hábito de tomar una copa de vino tinto al día, la posible
clave del éxito de esta alimentación.
Durante buena
parte del siglo XX y XXI, científicos de todo el mundo han intentado explicar
el porqué de la buena vida francesa, argumentando finalmente también el
poder del papel equilibrador del vino, con sus reconocidos efectos
cardiovasculares debido a su contenido en polifenoles.
Además, los hábitos del día a día francés distan mucho de una vida
sedentaria, comen porciones más pequeñas que en otros puntos del
globo, no pican entre horas y dedican tiempo y respetan los momentos de las
comidas. Todo cuenta. Pero también es fundamental, según evidencian
los últimos estudios científicos, el queso; elemento
imprescindible en esta dieta.
Más
queso, menos mantequilla
Camembert,
brie o roquefort pueden tener mucho que ver en esta extraordinaria dieta. Según una investigación realizada por
un equipo de daneses publicada en el 2015 en la revista Journal of
Agricultural and Food Chemistry, los franceses, que consumen una media de 26 kilos de
queso al año (más que en ningún país), hacen bien en permitirse estos lujos. El
estudio refleja que los efectos positivos para la salud de productos lácteos
fermentados dejan un interrogante sobre el supuesto perjuicio que supone para
el organismo comer de manera regular estos productos. De hecho, la Sociedad
Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación se hizo eco de un análisis en el
que se concluyó que el consumo del queso reducía el consumo de
colesterol LDL (el conocido como «malo») comparándolo con el
consumo de una mantequilla de igual contenido de grasas saturadas.
Diario la Voz de Galicia
Crestomatía del Conde Yndiano de Ballabriga
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