Antonio Pozo Indiano
No hay película,
serie o novela histórica basada en el Imperio romano que no
haya recurrido en algún momento a las famosas luchas
de gladiadores para demostrar la barbarie de la sociedad de la
época. Sin embargo, los combates que aparecen en la gran y la pequeña pantalla
poco tienen que ver con la realidad histórica. Y es que, se suele obviar -por
ejemplo- que los luchadores no solían morir en la arena o que los
enfrentamientos se correspondían más con un espectáculo en parte teatralizado,
que con una salvaje pelea entre dos contendientes que se odiaban a muerte.
No obstante, de
entre todas las facetas de las luchas que se han pasado por alto hay una que
destaca sobre el resto: la dieta que tenían que seguir estos
combatientes para poder enfrentarse al enemigo en óptimas condiciones y ofrecer
un espectáculo digno a aquellos que asistían a los anfiteatros. En contra de lo
que pudiera parecer, los últimos estudios afirman que estos guerreros eran
alimentados con un régimen vegetariano e, incluso, con una extraña
bebida energética que suplía su carencia de calcio. Tras saber esto,
la duda está servida: ¿Era su alimentación adecuada? Según explica a ABC Silvia
Moreno, doctora en Ciencias de la Alimentación por la UAM (CIAL-CSIC/UAM),
sí.
Habas y cebada
Una vez que entraban
a formar parte del «ludus» (la escuela de entrenamiento de gladiadores)
los nuevos luchadores debían, entre otras tantas cosas, seguir una dieta que
había sido perfeccionada por el médico a su cargo. Esta se basaba en habas, trigo y cebada (y no
en carne, como han mostrado las películas a lo largo de las décadas).
El resultado era un régimen prácticamente vegetariano que, atendiendo a la
región en la que se ubicara el centro de instrucción (cerca o no del mar),
podía completarse también con pescado o marisco. Con todo, que los pilares
básicos fueran estos tres alimentos no implica que el resto se desecharan. Ni
mucho menos. Pero si se tomaban en mucha menor cantidad.
Plinio el Viejo, el famoso etnógrafo y
geógrafo del siglo I, dejó constancia de esta dieta en su obra magna, la
« Historia
natural».
Un libro en el que explicó y analizó el origen y las bondades de los alimentos
más habituales en la sociedad romana. «De todos los cereales, la cebada es el primero que se siembra
[…]. Es el más antiguo, como lo demuestra la costumbre de los atenienses, que
refiere Menandro», afirmó en su texto. En la misma obra, el estudioso desveló
también un hecho bastante curioso: que el principal apodo de los gladiadores se
relacionaba con esta planta. «Su sobrenombre era “hordearii” o “comedores de cebada”».
No
le faltaba razón, pues era tan barata y aportaba tal cantidad de energía y
nutrientes a los luchadores que no podía faltar en la mesa.
Otro
de los estudiosos de la época que dejó constancia de la dieta de los
gladiadores fue el famoso médico del siglo II Galeno de Pérgamo.
En su conocida « De alimentorum facultatibus», este experto incidió en que las habas
(también traducidas como alubias o frijoles, según el autor al que se recurra)
eran un componente nutricional básico para estos guerreros. «Los gladiadores,
conmigo, consumen una gran cantidad de este alimento cada día», escribió. El
mismo estudioso explicó que las estrellas romanas de la arena comían en grandes
cantidades hasta tres veces al día para tener fuerzas.
Todos
estos textos y suposiciones fueron corroborados hace menos de un lustro por el
investigador Fabian Kanz (de la
Medical University of Viena). En su estudio
« Stable Isotope and Trace Element
Studies on Gladiators and Contemporary Romans from Ephesus (Turkey, 2nd and 3rd
Ct. AD)
- Implications for Differences in Diet», publicado en 2014, este experto y su
equipo analizaron los restos de 22 gladiadores enterrados en un cementerio de
Éfeso (hoy Turquía). Tras meses de trabajo, lograron ratificar que la dieta de
los guerreros se basaba, en efecto, en habas y cebada. Aunque también llegaron
a la conclusión de que algunos de los combatientes también ingerían pescado
(probablemente, por la cercanía de la región con el mar).
¿Aportaban
estos dos alimentos los nutrientes necesarios a unos atletas que podían cargar
durante horas con unos 20 kilogramos encima (entre armas y armadura) y hacían
ejercicio durante un sin fin de horas?
Según
explica a ABC Silvia Moreno, sí. Aunque con algunas salvedades. «Las habas son una fuente de proteína muy rica, mientras que la cebada supone un aporte importante de hidratos de carbono.
Sin
embargo, una dieta compuesta solo de estos alimentos podría suponer una
aportación escasa de grasas, también necesarias, y de algunas vitaminas y
minerales que se encuentran de forma mayoritaria en los productos de origen
animal, como por ejemplo el calcio»,
afirma.
En
sus palabras, «otra de las carencias más habituales en individuos que no
consumen productos de origen animal se generan debido a la falta de vitamina B12»; problema que podía aparecer también
en aquellos gladiadores que no tomaran jamás carne o pescado.
En
este sentido, y a pesar de que Moreno considera que es posible que un atleta
obtenga de estos alimentos básicos desvelados por Kanz el «aporte energético
necesario», también incide en que le haría falta una ayuda extra. «La nutrición
no es solo el aporte energético. Un atleta necesita un aporte de vitaminas y minerales mucho mayor, y la ausencia de
alguno de estos micronutrientes puede afectarle directamente a su rendimiento.
Debido a la riqueza de minerales que aportan las habas y la cebada,
probablemente la carencia se debería a la ausencia de algunas vitaminas»,
añade.
Por otro lado, Moreno no carga contra el uso
de dietas vegetarianas por parte de los atletas (el equivalente a los
gladiadores de la Antigua Roma). «Hay personas que se dedican al deporte de
élite que no consumen carne ni sus derivados y, gracias al consejo de
nutricionistas, pueden llevar una dieta completa. Sin embargo, “a priori” creo
que un profesional de la salud, como un nutricionista, no debería aconsejar un
tipo de régimen basado en ideologías de ningún tipo, sino el más adecuado en
base a los estudios existentes hasta la fecha», explica.
En este sentido, considera que lo más
completo es tomar también alimentos de origen animal. «En caso de que un
paciente desee eliminarlos de su dieta por motivos ideológicos, creo le
corresponde a él pedirlo y no a su nutricionista aconsejárselo», completa.
No
obstante, y a pesar de que la mayoría de textos afirman que la dieta era en su
mayor parte vegetariana, también existieron voces discordantes dentro de los
autores clásicos. Uno de los principales fue el clérigo y escritor Cipriano de Cartago quien, durante el III
d.C., afirmó que los gladiadores comían también carne. «El cuerpo es alimentado
con comida fuerte, con manteca y carne, para que los miembros crezcan robustos y,
así cebado, en el castigo (el combate) tenga una muerte aún más dura (i.e .
pueda luchar más encarnizadamente)», dejó escrito en su obra «Ad Donatum».
Brebaje milagroso
Moreno
lleva mucha razón. De hecho, los «lanistas»
(encargados de comprar y vender guerreros) y el médico del «ludus» completaron
esta dieta básica con una extraña «bebida para deportistas» que buscaba suplir
las posibles deficiencias nutricionales. Este brebaje era una suerte de
suplementación similar a las proteínas que toman en la actualidad los atletas
de élite y que se elaboraba, ni más ni menos, que con cenizas de plantas y vinagre (algunos
autores afirman, incluso, que con restos de huesos).
Tres ingredientes mediante los que pretendían paliar la deficiencia de calcio
del régimen de sus combatientes.
En
« Gladiadores, el gran espectáculo de Roma», el Doctor en
HistoriaAlfonso Mañas afirma también que «la dieta
estaba suplementada con complementos nutricionales tales como infusiones de ceniza de madera y de hueso,
que son muy ricas en calcio, lo que les ayudaba a tener huesos más fuertes». En
sus palabras, esto reducía el riesgo de que aparecieran fracturas y aceleraba
el proceso de recuperación si había algún inconveniente. «La preparación era
muy sencilla, simplemente recogían del fuego la ceniza de la madera o huesos
que habían quemado y la echaban en un vaso de agua caliente, para hacer más
fácil el tragársela», completa. Los últimos estudios han desvelado que los
guerreros que tomaban estos batidos contaban con unos niveles de calcio mucho
mayores que los de la población en general.
La
existencia de este extraño brebaje fue corroborada por el mismo Kanz en su
estudio de 2014: «Las cenizas de las plantas sin duda fueron consumidas para
fortalecer el cuerpo tras el ejercicio físico y para promover una mejor
curación de los huesos». Moreno es partidaria de la efectividad de este brebaje
para suplir las carencias de calcio. En sus palabras, y aunque no lo parezca a
primera vista, «el cuerpo es sabio» y hace
que, muchas veces, nos apetezcan alimentos que nuestro organismo necesita. «Se
podría decir que “los pide”. Es posible que esa receta tan curiosa surgiera por
la necesidad ya comentada antes de vitaminas y minerales», desvela.
Grasa protectora
Otro
de los descubrimientos que hizo Kanz es que los gladiadores no eran los
fornidos combatientes que pensamos hoy, sino que contaban con una considerable
capa de grasa para amortiguar, por un lado, los posibles golpes que recibieran.
Pero también para favorecer el espectáculo, pues de esta forma podían recibir
una mayor cantidad de cortes superficiales durante el combate. Esta teoría ya
fue explicada por el mismo Galeno quien, en uno de sus múltiples textos,
incidió en que los «lanistas» y los entrenadores «quieren que la constitución
de sus cuerpos no sea de carne densa al
igual que el cerdo, sino más esponjosa».
Así
lo afirmó también en su «Exhortación al estudio de las
artes»: «En la gran cantidad de carne y sangre que amasan su
mente está perdida en semejante lodazal inmenso. Sin recibir estímulo alguno
para desarrollarla, permanece tan estúpida como la de los brutos […]. Se
fatigan a sí mismos hasta el límite y luego se atiborran [de comida]
hasta el exceso, prolongándose a menudo sus cenas hasta la
medianoche. Su sueño también lo guían por reglas análogas a las que rigen su
ejercicio y su dieta. La gente que vive de acuerdo con las leyes de la
naturaleza deja el trabajo para almorzar, ellos se levantan [...] Mientras
siguen en activo sus cuerpos se mantienen en este peligroso estado [de hipertrofia].
Cuando se retiran caen todos en un estado aún más peligroso».
La
grasa a la que se refiere el estudio de Kanz y sus colegas es la subcutánea.
«Es aquella que se localiza justo debajo de la piel, y sobre los tejidos
musculares. Los depósitos de grasa aparecen como un mecanismo de reserva energética. Cualquier aporte
en exceso de energía va a favorecer su crecimiento. Si esta dieta se
administraba de manera que los gladiadores consumían más energía de la que
gastaban, podía aparecer perfectamente», desvela Moreno en declaraciones a ABC.
A su vez, la experta considera que «puede aportar un recubrimiento efectivo que limitaría dañar los músculos».
Por el espectáculo
Lo que está claro es que, en contra de lo
que muestras las películas de Hollywood, la dieta era una de las muchas facetas
que los gladiadores cuidaban para poder ofrecer un gran espectáculo a aquellos
que acudían a disfrutar de un combate. Así lo señala el mismo Mañas: «No nos
equivocamos al sugerir que los combates gladiatorios serían en gran medida
parecidos a las sobreactuadas peleas de la actual lucha profesional americana
(WWE), salvo que en la gladiatura los golpes eran de verdad».
En sus palabras, el negocio de los
«lanistas» dependía de la simpatía y antipatía que estos hombres levantaran en
la audiencia. Era, en definitiva, un espectáculo de masas bien preparado y no
tan sanguinario como se cree en la actualidad.
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